octubre 13, 2020

Redes sociales

Mesa de trabajo 64

Cómo los negocios pueden aprovechar de mejor manera los canales digitales.

Por Álvaro Montes

En su célebre ensayo En el enjambre, el filósofo Byung-Chul Han nos hace ver el mayor impacto de las redes sociales en la cultura: la pérdida absoluta de la privacidad. “La comunicación digital fomenta esta exposición pornográfica de la intimidad y de la esfera privada” dice. La comunicación digital – según él – deshace las distancias, y sin distancias desaparece el respeto, que es componente fundamental de “lo público”. Luego, en la era digital, lo público desaparece, desplazado por lo privado, que ahora es expuesto impunemente.

Los “instagramers” son un bueno ejemplo. Nos muestran su vida privada – generalmente falsa – de viajes y risas. Seth Stephens Davidowitz, autor de "Todo el mundo miente: big data, nueva data y qué nos puede decir Internet sobre quiénes somos realmente", trabaja en la investigación sobre los estilos de vida falsos que mucha gente proyecta en las redes sociales. En una entrevista en The New York Times, dijo que "no hay manera de que todos sean tan exitosos, ricos, atractivos, relajados, intelectuales y alegres como aparentan ser en Facebook". El autor cita un ejemplo: los norteamericanos pasan seis veces más tiempo lavando sus platos sucios que jugando al golf, pero se han compartido a la fecha más del doble de tweets sobre personas jugando al elitista deporte que lavando la losa después de comer.

Davidowitz analizó por años las búsquedas en Google y las comparó con los trinos y post en las redes sociales, y encontró datos asombrosos: quienes poseen un Mercedes-Benz o un BMW tienen casi 300 por ciento más probabilidades de compartir una foto en sus autos de lujo, que aquellos dueños de automóviles de marcas menos "cool". O este: Mientras que alojamientos de la ciudad de Las Vegas como el hotel de bajo costo Circus Circus y el lujoso Bellagio albergan a prácticamente la misma cantidad de huéspedes, el hotel de lujo recibió cerca de tres veces más “posteos” en Facebook.

Mesa de trabajo 65Para no hablar de un dolor de cabeza peor: las noticias falsas, con las que desde las redes sociales se ha incidido en resultados electorales controvertidos, en campañas de tecnopolítica sucia y hasta en genocidios étnicos, como ocurrió con la matanza del pueblo Rohingya, en Myanmar. Y para no hablar de otro dolor de cabeza: el matoneo en las redes sociales, que ha llevado a suicidios de adolescentes, a la exposición de intimidades sexuales por venganza de ex parejas y a la lapidación social de millares de personas porque son diversas en género, etnia o ideología.

Pero también hay numerosos ejemplos positivos. Millares de denuncias ciudadanas permitieron conocer injusticias y enfrentarlas. Cadenas de solidaridad tejidas a partir de una foto de alguien que necesitó ayuda, y noticias importantes que llegaron a la opinión pública a través de las redes antes que aparecieran en los medios de comunicación tradicionales. Me hace recordar la discusión famosa que hubo en Estados Unidos en los años setenta, cuando la televisión estuvo en el banquillo a raíz de un crimen que conmocionó al país. Un niño asesinó a su padrastro porque éste último era un golpeador que maltrataba físicamente a la madre del chico. El niño era fan de una popular serie de televisión de aquellos días: Starsky y Hutch (que también veíamos en Colombia). La serie contaba historias semanales de dos policías justicieros pero muy violentos y se dijo que el niño se inspiró en ellos para resolver por mano propia el drama familiar. Y la televisión fue sometida a juicio en los estrados de la opinión pública. Los defensores de la TV mostraron un contra ejemplo. Un asesino condenado a cadena perpetua que aprovechó sus años de reclusión para tomar la educación básica por televisión - que existía entonces – y finalmente se graduó de abogado. Y ejercía su oficio apoyando a otros reclusos. La televisión le ayudó a reformarse.

La pregunta es: ¿El problema está en el medio de comunicación, o en el uso social que de él se hace? Y la respuesta no es tan sencilla como parece. En los tiempos de la televisión las ciencias sociales siempre respondieron que el asunto estaba en el uso social. En los tiempos de las redes sociales, mediadas por algoritmos, ¿podemos decir lo mismo? ¿Es posible un social media saludable?

Hay personas en todo el mundo trabajando en esa perspectiva. Desde programas promovidos por los fabricantes de teléfonos, como los controles que vienen en iOS y Android para monitorear el tiempo que gasta cada usuario en las redes, hasta campañas ciudadanas, como “Empantallados” (https://empantallados.com/) en España, con estudios del impacto de las pantallas en la vida familiar o guías para la desintoxicación digital.

Y hay más casos positivos de las redes sociales y sus beneficios. En el mundo de los negocios las redes abrieron un mundo nuevo de posibilidades para el contacto con los clientes, para mejorar el servicio y para sincronizarse mejor con las necesidades del mercado.

Durante la pandemia vimos a las redes jugar también un papel constructivo. Nuevos tipos de influenciadores emergieron, desde la medicina y la ciencia, para ayudar a las audiencias a prepararse mejor de cara a la emergencia sanitaria. En Colombia un par de casos interesantes pueden mencionarse: las médicas Zulma Cucunubá y la “doctora Fernanda” (del canal de TV Caracol), que ganaron miles de seguidores gracias a sus recomendaciones fundamentadas y la información de valor que proveen diariamente, tal como ocurrió con otros ilustres médicos en Estados Unidos.

Las redes sociales nos muestran a diario sus dos caras, en una batalla permanente entre las fuerzas que quieren que ellas jueguen un papel constructivo y las que aprovechan su lado más oscuro.

Alvaro Montes
Alvaro Montes