junio 01, 2021

Qué son los NFT

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¿Por qué hay personas que pagan miles de dólares por un archivo digital que todo el mundo tiene en su computador?
 
Por Álvaro Montes
 

El mundo de los negocios con tecnología es un caldo de cultivo para las burbujas financieras, los especuladores y los oportunistas. Desde grandes e históricos fenómenos como la burbuja punto com, dos décadas atrás, que infló los mercados norteamericanos de acciones en los que se estrenaban las nacientes compañías Web, hasta pequeños timos que se hacen virales, como el reciente. Por estos días causan sensación los Non-Fungibles Tokens (NTF), activos digitales creados de la nada, inspirados en Blockchain, los cuales que otorgan derecho único de titularidad sobre bienes intangibles, como obras de arte digital, videos, imágenes y hasta textos escritos en Microsoft Word.

Para entenderlos, repasemos las ideas en las que pensó el gran intelectual alemán Walter Benjamin en su célebre ensayo de 1936 "El arte en los tiempos de su reproducción técnica". Pongamos por caso una pintura de Fernando Botero, que cualquier persona puede tener colgada en su oficina. Bueno, cualquiera puede tener en realidad un afiche que cuesta unos pocos dólares, una impresión litográfica que compró en la tienda del museo Botero en La Candelaria. Pero la obra original, la que el maestro colombiano pintó, y que puede rondar el millón de dólares o más, solo la tiene alguien en particular: un coleccionista rico, o un museo, o el propio Botero si no la ha vendido. En la historia del arte, ese original tenía un "aura" (una originalidad o unicidad que la hacía única e irrepetible) que lo ligaba a la tradición y que le confería valor. "En la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta", escribió. Las tecnologías en el capitalismo del siglo veinte trajeron esa pérdida del "aura" y Benjamin se refería en especial al cine, o al tiraje masivo de impresiones de pinturas.

Lo que los promotores de los NFT tratan de hacer es conferirle "aura" a las más reproductibles de todas las piezas de arte de la historia: los archivos digitales. Cosa imposible, porque no hay absolutamente ninguna diferencia entre un archivo digital y sus copias. Un texto escrito en Word no difiere en nada de una copia del archivo que el autor envía a un colega de su equipo de trabajo en la oficina. Es exactamente el mismo. Nada que ver con las enormes diferencias entre el afiche y la pintura original. Entre una escultura y la foto de ella. IMG dentro blog

Pero hay quienes están vinculando el archivo electrónico original, el que guardó en su computador el autor del mismo antes de enviar una copia por correo electrónico, con una cadena de bloque, tal como se vincula una criptomoneda a un propietario de ella, para conferir valor - en realidad precio - a dicho archivo y transarlo en mercados de cripto activos. Y a diferencia de lo que pudiera uno esperar, aparecieron personas dispuestas a pagar enormes sumas de dinero. Una flor digital fue vendida por 20.000 dólares; un clip de LeBron James por 99.999 dólares; una gatita digital de CryptoKitty fue vendida en 172.000 dólares. Jack Dorsey, el CEO de Twitter, vendió un trino en tres millones de dólares. Y se están subastando obras digitales en Christie’s bajo este esquema.

Quien compra la obra original de Botero posee el lienzo físico, sobre el cual el maestro trazó con sus manos una de sus famosas gordas. La diferencia con el afiche impreso en serie sobre papel es gigantesca. Pero quien compra en Christie’s el NFT de una obra de arte digital tendrá el mismo archivo, con los mismos pixeles y resolución que cualquier persona puede conseguir, salvo que el comprador tendrá una anotación en Ethereum o en Bitcoin que lo identifica como el propietario. Propietario del mismo objeto que millones también tienen en sus computadores.

Esto es diferente al asunto de la propiedad intelectual sobre una obra de arte. Cuando un melómano compra por un dólar una canción de Systema Solar o Puerto Candelaria, o de Carlos Vives, en realidad solo está pagando – y es más que justo hacerlo, porque hay que compensar a los creativos, artistas y autores – por el derecho a reproducirlo y disfrutarlo en su dispositivo. No compra la propiedad intelectual de la obra, ni la partitura. Y cuando el coleccionista de arte compra una pintura, se queda con una pieza única, de la que seguramente existen copias impresas que las representan sobre papel y tinta, pero son diferentes en mucho al original sobre lienzo, que es física y literalmente único. No compra la propiedad intelectual, que será siempre del artista, pero posee la obra de arte. Pero cuando alguien compra un NFT no posee nada, salvo un archivo tiff, doc, pdf o mov, por el que paga una gran suma para recibir el mismo archivo (los mismos bits y pixeles) del que pagó unos centavos de dólar por reproducirlo en un servicio de streaming, o descargarlo de la biblioteca de Amazon para leerlo en su tableta. Sólo que habrá una línea de código en una cadena de bloque, en la que dice que él es el dueño. La propiedad intelectual sigue estando en manos del autor, artista o escritor.

El negocio es prometedor y ya se conformaron bufetes de abogados, cadenas de comerciantes de arte, promotores de negocios digitales y profetas del Blockchain que aprovechan el creciente interés de consumidores, especialmente en Estados Unidos, por invertir en estos nuevos títulos de valor. Comprar arte ha sido una histórica manera de atesoramiento y un camino de inversiones rentables. Pero la tendencia de los tokens no fungibles pretende dar "aura" a originales digitales que, si nos atenemos a Benjamin, no la tienen.

Mientras no existan marcos legales ni normativas sobre propiedad intelectual que apliquen a este concepto, los NFT viven sus primeros días de prosperidad, sin saberse aún si se trata de una tendencia con futuro, o solo una burbuja más.

Alvaro Montes
Alvaro Montes